Hoy me dieron malas noticias. Estaba trabajando sentado al frente del escritorio, el cual paso la mayoría de los días, mientras hablaba de la noche de anoche con la odontóloga de turno. Entre anécdota y anécdota sobre mi miedo a sentirme observado mientras duermo nos vemos interrumpidos por la inesperada aparición de la jefa de contaduría (no es la de personal que me reto la otra vez). Sin importar la entretenida conversación que se estaba desarrollando, le dijo a la dentista:
- Me dejas hablar un segundo con Emanuel.
Sin dedicar una palabra o alguna señal aparente la doctora desapareció del escenario. La jefa se dirigió a mí y cuando estaba a mi lado pronuncio las palabras que empujaron el domino de mi futuro. Salieron de su boca de una forma robótica y estudiada. Se notaba que era un dialogo que venía preparando de hacia unas semanas. Afortunadamente yo también tenía programado mi cerebro para algún tipo de acto similar, aunque el mal momento se debió a lo pronto de dicha orden.
- A partir del 1ro de septiembre vamos a necesitar dejar de prescindir de tus servicios. El presupuesto no nos alcanza y no podemos más. No me alcanza, discúlpame.
- No te hagas problema – dije con un nudo en la garganta- suponía que faltaba poco para irme.
El dialogo siguió con un intercambio de frases prehechas salidas del manual de cómo despedir a un empleado. A los pocos segundos me encontré solo en la sala. El panorama que tenia armado en mi mente se voló como un castillo de naipes. Más de 10 meses de rutina laboral (levantarse temprano, comer, ir al trabajo, volver a mi casa/gimnasio, esperar el fin de semana, etc.) se cortaron dejando un silencio largo. Compañeros de trabajo, mi escritorio, mi lugar en una empresa, mi sueldo (importante), mi horario, mis responsabilidades, se los trago una frase de pocas palabras: “dejar de prescindir de tus servicios”.
Me quede mirando los números irregulares y variados de la planilla que había llenado tratando de digerir todo lo que se venía y, también lo que dejaba atrás. Ya no me encontraba en la sala, junto al escritorio desordenado, ahora estaba en la extraña amalgama que se componía me supuesto futuro. Mis labios formaron las palabras “¿Que hago ahora?”. Cerré los ojos y me puse en el papel de un hombre maduro y serio. Exorcicé mi cabeza de preguntas, miedos y reproches.
Primero. Ya sabía que de agosto/septiembre no sobreviviría de este trabajo. Ya lo sabía. Esta noticia no fue algo muy sorprendente que digamos, pero cuando el momento llega nadie está 100% preparado. Segundo, los efectos de un desocupado mas ya lo había prevenido desde el primer día que me llamaron. Desde esa calurosa mañana de octubre. Tercero, el laburito no tenía nada que ver con mi carrera y no me iba a proveer de lo que yo necesito para progresar y ser un adulto independiente.
- Emanuel, ¿Te sentís bien? – me pregunto la chica de social
- Si. No te preocupes, es que anoche dormí algo de cuatro horas. – Seguí como si estuviera escribiendo en la planilla. La iba a extrañar. Iba a extrañar a más de uno.
¿Y ahora? La respuesta que más temía, pero que no es tan mala como se supone. NO SE. Mi vida ahora sale de unas vacaciones largas que le di a la madurez y a la independencia, y entra en un gran desafío personal. Mientras tanto, me veré absorbido por la pesada negregura de la NADA. (2010 vuelve en forma de fichas) Si me preguntas después del primero del mes siguiente que es mi vida, mi existencia, te responderé con un melancólico y sereno: NADA. Sin trabajo, sin independencia, sin entorno, sin pareja, sin plata, sin salidas, sin aventuras…solo yo.
Se abre un punto de inflexión en el camino que transito. Sera bueno. Sera malo. Pronto lo sabremos. Por lo pronto a esperar.
- Hasta mañana, Emanuel. – se despidieron de mi hoy a la tarde.
Levante la mano y, con una sonrisa en la cara, susurre:
- Por hoy pueden decir eso…
lunes, 29 de agosto de 2011
(Mi Mundo Paralelo) Punto de inflexion
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